domingo, 13 de dezembro de 2009

LA PATRIA DE JESUS

Según Mc 1:9 el lugar de procedencia de Jesús era la región de Galilea. Desde allí habría partido en busca del Bautista: Y
sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. No existía
ninguna referencia en las Escrituras judías acerca de Nazaret, como así tampoco fue nombrada por Josefo al describir la región de Galilea. Posiblemente este silencio se debió a la poca importancia de la aldea, cuya vida propia seguramente transcurriría a la sombra de la vecina y próspera ciudad de Séforis, la capital de la región durante los primeros años de la vida de Jesús.

La vista que se despliega en torno a Nazaret es una de las más hermosas de Israel. La región de Galilea aparece como una
prolongación de las raíces montañosas del Líbano. La abundancia de rocas de basalto gris manifiesta su carácter volcánico. No es el Líbano, sin embargo, el que domina la vista, sino la cordillera de enfrente, el Hermón. Hacia sus nieves levantaban los ojos los sofocados segadores durante el verano, esperando de él su intenso rocío por la noche. A esa dependencia respecto de las altas cordilleras Galilea debe sus aguas y la fertilidad de su tierra en comparación con Judea y Samaría. Josefo describía la bondad de esta tierra en la que se desempeñó como revolucionario contra Roma: "Toda la región es fértil, rica en pastos, plantada de árboles de toda clase, de manera que el hombre más perezoso para las tareas de la tierra siente
necesariamente una vocación de labrador ante tantas facilidades. De hecho, toda la superficie está cultivada por los
habitantes, sin que haya una sola parcela sin barbecho. Los poblados son muy numerosos y todas las aldeas tienen
también una población muy densa, debido a la fertilidad del suelo, de manera que la más pequeña de ellas cuenta
con más de quince mil habitantes" (Guerra Judía III, 3,2).

Allí, envuelto en la belleza de las montañas y rodeado de los labradores que trabajan la tierra, Jesús había pasado muchos años en silencio, trabajando también él con sus propias manos. Cuando comenzase a predicar evocaría todo ese mundo de imágenes que contemplado con sus propios ojos: Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos (Mt 6:28-29). El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo (Mt 13:24). Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre (Mc 12:1). De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que Él (el Hijo del hombre) está cerca, a las puertas (Mc 13:28-29).

Las encantadoras colinas de Galilea que, aún hoy, infunden una sensación apacible al peregrino que las visita, debieron hablar
por sí mismas al corazón del joven Jesús de la misericordia y generosidad de Dios, y permitía pensar en su Reinado como una
participación de tanta paz y bondad. Del mismo modo, las despojadas montañas de Judea, con su aspecto terrible y su clima
tan duro, no podían menos que templar el carácter de un profeta como Juan y llevarle a formular la llegada del Reino de Dios
en términos tan trágicos. Las colinas de Galilea y el desierto del Jordán sirven adecuadamente de escenario para las Bienaventuranzas de Jesús (Mt 5:3-12) y para las amenazas de Juan (Mt 3:7-12). Sus respectivos ambientes naturales ayudaron a cada uno de los dos profetas a diferenciar con rasgos propios el único mensaje sobre la llegada del Reino y la
necesidad de conversión.

Además de esta influencia de la naturaleza, también debió intervenir en el interior de Jesús el peso de la secular tradición histórica de su patria. Galilea coincide estrechamente con los territorios que Josué había asignado a las antiguas tribus hebreas de Isacar, Zabulón, Aser y Neftalí durante la conquista de Canaán. El país había presenciado el sacrificio del profeta Elías en el monte Carmelo (1 Re 18:20-40), la muerte del rey Ajab por él anunciada en el valle de Yisreel (1 Re 22:34-35) y la muerte del justo rey Josías en Meguido (2 Re 23:29).

La cercanía y presencia de población pagana, especialmente a partir de la incorporación al imperio asirio bajo Tiglatpileser III
(734 a.C.), había hecho que la región fuera denominada Galil ha-Goyim (hebr. Región de los Gentiles: Is 8:23). La población en los tiempos de Jesús se componía de judíos principalmente en las aldeas y en el interior de la región. Las ciudades helenizadas y los dominios en el oeste estaban poblados mayoritariamente por paganos. El proceso de helenización había sido
promovido grandemente por Herodes el Grande y sus hijos, como así también por los terratenientes de las ciudades
helenizadas que habían comprado amplias zonas del campo.

Pero esta circunstancia había ido fortaleciendo la identidad nacional y religiosa de los habitantes judíos, como refirió Josefo:
"Con esta superficie tan limitada, y rodeadas como están por naciones extranjeras muy poderosas, las dos Galileas
han resistido siempre las sucesivas invasiones; porque los galileos se forman para el combate desde sus años más
jóvenes y han sido siempre numerosos. Nunca les ha faltado coraje a esos hombres ni faltó nunca allí gentes" (Guerra Judía III,3,2).

"La naturaleza de los galileos era, pues, tan volcánica como el suelo que habitaban: siempre amigos de innovaciones y por
naturaleza dispuestos a los cambios, disfrutan con las sediciones" (Josefo, Autobiografía 17). "Su fama se había hecho
célebre a causa de sus pendencias y de entre ellos surgieron los más aguerridos rebeldes contra Roma. Tal era el caso de Judas de Gamala, más conocido como Judas el Galileo. En el año 4 a.C., aprovechando la falta de gobierno a causa de la muerte de Herodes, en Séforis reunió una banda numerosa, rompió las puertas de los arsenales del rey y, distribuyendo las
armas a sus partidarios, atacó a los demás candidatos al poder" (Josefo, Guerra Judía II,56).

Más tarde, unido al fariseo Sadok había encabezado una revuelta contra los romanos a causa del censo que en el año 6 d.C.
había ordenado el emperador Augusto para la nueva provincia de Judea. En efecto, el censo tenía como fin elaborar la nómina de los contribuyentes de la nueva provincia del Imperio: Decían que el censo llevaba a un resultado concreto: implicaba el derecho a hacerlos esclavos. Por eso llamaban al pueblo a volar en apoyo de la libertad. Si se presentaba la
ocasión de vencer -aseguraban- pondrían las bases de la prosperidad; y si les privaban de los bienes que les quedaban, obtendrían el honor y la gloria de haber obrado con magnanimidad. La divinidad no podría hacer otra cosa más que colaborar en el éxito de su proyecto y actuaría ciertamente en favor de ellos, con tal que, apasionados por los grandes hechos y firmes en su resolución, no dudaran en derramar la sangre necesaria para este fin (Josefo, Antigüedades XVIII,4).

Judas fundó así un partido que se caracterizaría por el celo por la defensa de la libertad y por la aceptación de la sola soberanía divina (de ahí el nombre de zelotes): decía que era una vergüenza aceptar pagar tributo a Roma y soportar, después de Dios, a unos dueños mortales (Josefo, Guerra de los Judíos II,118). Josefo describió este movimiento llamándola la cuarta filosofía (después de los fariseos, saduceos y esenios): "Sus adeptos están en muchos puntos de acuerdo con el
pensamiento fariseo, pero sienten un amor casi invencible a la libertad, porque creen que Dios es el único dueño y
señor. Les importa poco padecer cualquier tipo de muerte, hasta el más inaudito, lo mismo que el castigo que están
dispuestos a infligir hasta a sus parientes y amigos; el único objetivo que tienen es no dar el nombre de señor a ningún ser humano" (Josefo, Antigüedades XVIII,23).

La revuelta contra Roma ciertamente fracasó, como refiere el libro de los Hechos de los Apóstoles: En los días del empadronamiento, se levantó Judas el Galileo, que arrastró al pueblo en pos de sí; también éste pereció y todos los
que le habían seguido se dispersaron (5,37). Sin embargo, el partido sobrevivió varias generaciones y los descendientes de
Judas continuaron su causa. "Entre los años 46 y 48 dos de sus hijos fueron ajusticiados por orden del gobernador romano: Los nombres de aquellos hijos eran Jacob y Simón, a quienes Alejandro condenó a ser crucificados" (Ant. XX,102). "En el
año 66 otro hijo suyo (o tal vez nieto) se proclamaría directamente como el rey Mesías para conquistar Jerusalem y rebelarse
contra el Imperio: Menahem, el hijo de Judas, aquel llamado el Galileo, tomó algunos hombres importantes con él y se retiró a Masada, donde forzó el ingreso a la armería de rey Herodes y dio armas no sólo a su propia gente, sino también a otros bandidos. Con ellos organizó una guardia y regresó en condición de rey a Jersalem. Y constituido en líder de la sedición dio órdenes de continuar con el asedio" (Guerra Judía II,433). Finalmente sería asesinado por la oposición (id. II,446).

La dinastía de los líderes zelotes proveniente de Judas el Galileo acabaría recién en el año 73 con Eleazar ben Yaír, el organizador de la célebre defensa de Masada: El era descendiente de aquel Judas que había persuadido a muchos judíos, como hemos anteriormente relatado, a no inscribirse en el censo cuando Quirino ordenó hacerlo en Judea (Guerra Judía VII,252). Josefo nos transmitió lo que habría sido su larga exhortación final al suicidio colectivo: ... "¡Muramos sin haber sido esclavos del enemigo y, como hombres libres, dejemos juntos esta vida con nuestras esposas e hijos! Esto es lo que las leyes nos ordenan, esto es lo que nuestras esposas e hijos nos suplican. Esta es la necesidad que nos viene de Dios y lo contrario es precisamente lo que los romanos desean. El temor que ellos tienen es que muera uno solo de nosotros antes de que sea tomada la ciudadela. Así, pues, apresurémonos a dejarles, en vez de la satisfacción que ellos esperan de nuestra captura, el asombro ante nuestra muerte y la admiración por nuestra valentía!" (Guerra VII, 337-388).

La infancia y juventud de Jesús transcurrió en esa Galilea formadora de hombres nada conformistas. Tal vez las peores
tempestades no hayan llegado a la pequeña Nazaret, pero sí sus espantosos ecos, como la destrucción de Séforis a sólo 4 km de distancia. En el año 4 a.C., el gobernador romano de Siria había reprimido violentamente el levantamiento de la ciudad: Varo envió una parte de su ejército a Galilea, situada cerca de Ptolemaida, y a Cayo, uno de sus amigos, como
capitán. Cayo derrotó a las tropas que enviaron contra él, tomó Seforis, la incendió y redujo a esclavitud a sus habitantes (Guerra Judía II,68). La reiteración de episodios como estos y la carga de pesados tributos habían ido llenando la región de viudas despojadas, niños huérfanos, enfermos y enloquecidos, campos abandonados y multitud de pobres.

La mayoría soportaba en silencio la pesada carga sin más consuelo que el advenimiento del poderoso Mesías davídico, que
restablecería definitivamente a Israel como Reino de Dios, poniendo fin a todas las tristezas y dolores. Jesús no pudo desconocer esta mentalidad, porque sin duda debió haber escuchado en más de una oportunidad en la sinagoga las profecías
mesiánicas leídas y explicadas durante el culto sabático: "¡Qué hermoso es el rey mesías que ha de levantarse de entre los
de la casa de Judá! Ciñe sus riñones y parte al combate contra sus enemigos y mata a reyes con príncipes. Tiñe de rojo las montañas con la sangre de sus víctimas y blanquea las colinas con la grasa de sus guerreros. Sus vestidos están empapados de sangre; se parece al que está pisando racimos" (Targúm de Jerusalem de Gn 49:11).

Tales expectativas serían, muy posiblemente, las que poseían los que se agruparon alrededor suyo, como bien lo evidencian las palabras de los decepcionados discípulos de Emaús después de su crucifixión: Nosotros esperábamos que sería él el que
iba a librar a Israel (Lc 24:21). Sería, tal vez, la esperanza de Simón al proclamar ante Jesús: Tú eres el Mesías (Mc 8:29). Sería, en fin, la tentación que tuvo que resistir Jesús a lo largo de su vida: ¡Apártate de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres (Mc 8:33).

LAS TENTACIONES DE JESÚS

Como todo hombre, Jesús debió luchar para seguir firmemente los dictámenes de su conciencia frente a otras alternativas que
no dejaban de aparecer como muy sugestivas. Los que más tarde creyeron en él no quisieron silenciar esta realidad que lo
solidarizaba con el resto de los mortales: ha sido probado en todo como nosotros, aunque él no cometió pecado (Heb
4:15). Él mismo se sometió al sufrimiento y a la tentación (Heb 2:18).

Al narrar los episodios concretos en los cuales se podría comprobar en qué momentos Jesús había experimentado la lucha
interior, el evangelio más primitivo relacionó la tentación en cierto modo con su conciencia de estar especialmente unido a Dios: Y se oyó una voz que venía de los cielos: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco". A continuación, el Espíritu
le empuja al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás (Mc 1:11-12). Mateo y
Lucas incluso llegaron a describir los diálogos de Jesús con el tentador.

Pero, teniendo en cuenta la ausencia de testigos en estas escenas, podemos preguntarnos: ¿cómo llegaron a conocer los
creyentes las confrontaciones que Jesús mantuvo con el tentador? Puesto que, como veremos luego, Jesús enseñaba por medio de comparaciones, tal vez Jesús pudo haber expuesto a sus discípulos de un modo simbólico y escenificado las alternativas que habría tenido que rechazar en su corazón para ser obediente y fiel a su vocación. La ubicación de esta experiencia por parte de los evangelistas en el momento previo al inicio del ministerio mostraría, entonces, a Jesús como auténtico enviado de Dios que cumple su voluntad expresada en la Escritura.

Mc 1:13 describió una relación pacífica entre Jesús y las bestias salvajes. Posiblemente fuera una alusión a la paz del final de los tiempos anunciada en Is 11:6-8 y repetida en la literatura apocalíptica: Los animales salvajes vendrán de los bosques y
servirán a los hombres; la culebra y el dragón saldrán de sus escondites y se dejarán conducir por niños pequeños (Apocalipsis de Baruc siríaco 73,6). Con esto indicaría no sólo que Jesús había superado la tentación, sino también que con él se abría el tiempo final. Habiendo vencido ya a Satanás, lo superaría de un modo definitivo.

En Mateo y en Lucas el cambio de escenarios hace pensar en una secuencia de situaciones sugeridas a la consideración de
Jesús; algo así como alternativas que Jesús bien podría haber seguido en la realización de su vocación recibida de Dios. En
efecto, el Mesías judío debía inaugurar una era de fecundidad asombrosa, con abundancia de vino y pan: Cuando se cumpla lo que está previsto empezará a manifestarse el Mesías. La tierra dará su fruto, diez mil por uno. Cada cepa tendrá mil sarmientos, cada sarmiento dará mil racimos, cada racimo contará mil uvas y cada uva producirá un kor (3000 litros) de vino. Y todos los que tengan hambre se alegrarán y serán cada día espectadores de prodigios. En aquel tiempo el maná guardado en reserva caerá de nuevo y comerán (de él) esos años, porque habrán llegado al fin de los tiempos (Apocalipsis Siríaco de Baruc, 29,3.5-6.8). Y, según el pensamiento de los fariseos, ningún daño sufriría el Mesías gracias a la protección de Dios: No será débil en sus días, apoyado en su Dios, porque Dios le hizo poderoso por el Espíritu Santo y sabio en el consejo inteligente con fuerza y justicia. Y la bendición del Señor está con él en la fuerza: no será débil, su esperanza está en el Señor y ¿quién puede contra él? (Salmos de Salomón 17:42-44).

Conciente de tener en sí mismo un poder recibido de Dios, Jesús podría haberlo aprovechado para remediar su necesidad o
simplemente para hacer ostentación del mismo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes... Si
eres hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para
que no tropiece tu pie en piedra alguna (Mt 4:3.6).

Sin embargo, la peor tentación era la esperanza en un dominio político como Mesías. Jesús debió rechazar con esfuerzo
esta alternativa, sugerida por sus oyentes y por sus mismos discípulos tantas veces a lo largo de su vida. Jesús comprendió bien que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder (Mt 20:25). Tal forma de autoridad no podía proceder de Dios, sino del Príncipe de este mundo (Jn 12:31), y sólo podría obtenerse mediante el abandono del Dios verdadero: Todo esto te daré si postrándote me adoras (Mt 4:9).

La redacción, en la forma hoy conservada, pudo haber sido influenciada, además, por una experiencia histórica de prueba
sufrida por los creyentes de Palestina pocos años después de la muerte de Jesús: "Como emperador, Cayo (Calígula) se
mostró de una arrogancia inaudita: exigió pasar como dios y que le llamaran dios, decapitó a su patria de los hombres más selectos y extendió su impiedad hasta Judea. En efecto, envió a Petronio con un ejército a Jerusalem para erigir estatuas suyas en el templo con la orden de que, si los judíos no las aceptaban, matasen a los que se opusieran y redujese a la esclavitud al resto de la nación" (Josefo, Guerra Judía II, 184s).

La imagen de la adoración evocaría, entonces, el ceremonial practicado en la corte de Roma. El judío Filón de Alejandría narró cómo él mismo se había visto obligado a venerar al emperador Calígula al ser recibido por éste en audiencia: Fuimos
conducidos ante él; al verlo, nos inclinamos hasta el suelo con toda reverencia y temor, y lo saludamos con el tratamiento de Sagrado Emperador. Pero su respuesta fue tan cortés y amable que desesperamos, no ya de nuestra causa sino de nuestra vida. Porque con una sonrisa irónica observó: "¡Conque vosotros sois los impíos que no creen en mi condición divina, cuando todos los demás la reconocen, y creéis en el Dios innombrable! (Delegación ante Cayo 352s). También parece una evocación del emperador blasfemo la oferta que Satanás hacía a Jesús: Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero (Lc 4:6). "Como dueño del mundo Calígula entregaba el poder a quien él quería, tal como lo había hecho con su amigo de niñez, Herodes Agripa, a quien liberó de la prisión tras la muerte de Tiberio: Cayo puso una diadema sobre su cabeza, y lo nombró rey de la tetrarquía de Filipo. También le dio la tetrarquía de Lisanias, y cambió su cadena de hierro por una de oro de igual peso" (Josefo, Antig. XVIII,237).

En conclusión, según el relato evangélico de las tentaciones, Jesús habría enseñado con su propia conducta que nada en el
mundo -promesas de alimento, seguridad o poder- debería desviar a los creyentes de la confesión de fe en el Dios único y
verdadero: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto (Mt 4:10).

LA MADRE Y LOS HERMANOS DE JESÚS.

El evangelio de Marcos mencionó por primera vez los nombres de los familiares de Jesús con ocasión de la visita de éste a su
pueblo natal, tiempo después de comenzada su actividad: ¿No es éste el artesano, el hijo de María y hermano de Jacobo,
Jose, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros? (Mc 6:3). Antes de este relato había mencionado
otro episodio en el cual los suyos fueron a hacerse cargo de él, pues decían: "Está fuera de sí" (3:20). El evangelio de
Juan confirmaría más tarde este dato: Ni siquiera sus hermanos creían en él (7:5).

Sin embargo, sus familiares también fueron mencionados como miembros de la primera comunidad formada después de la
muerte de Jesús: Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de
María, la madre de Jesús, y de sus hermanos (Hech 1:14). Uno de sus hermanos daría testimonio de haber visto a Jesús
resucitado: Luego se apareció a Jacob; más tarde a todos los apóstoles (1Co 15:7). El evangelio de los Hebreos
relataba dicha aparición: Él tomó pan y lo bendijo y lo partió y lo dio a Jacobo el Justo, y le dijo: Hermano mío, come tu
pan, pues el Hijo del hombre se ha levantado de entre los que duermen (fragm. 7). Según este texto Jacobo había
prometido no comer ni beber, pues Jesús había dicho durante la última cena: desde ahora no beberé de este producto de la
vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre (Mt 26:29).

Jacob llegaría a ser un importante dirigente de la comunidad cristiana de Jerusalem, según el testimonio de Pablo: Subí a
Jerusalem para conocer a Cefas y permanecí quince días en su compañía. Y no ví a ningún otro apóstol, fuera de Jacobo, el hermano del Señor (Gal 1:18-19). El mismo Pablo admitía que también Jacobo, junto a Pedro y a Juan, eran considerados como columnas de la Iglesia (Gal 2:9). El evangelio de Tomás lo señaló como aquel que habría recibido de Jesús la primacía sobre los demás: Los discípulos dijeron a Jesús: Sabemos que nos vas a dejar; ¿quién será el más grande entre nosotros? Jesús les dijo: En el sitio adonde os dirijáis, iréis hacia Santiago el justo, para quien han sido hechos el cielo y la tierra (logion 12).

De otro de los hermanos de Jesús hizo mención Hegesipo en un testimonio recogido por Eusebio de Cesarea: De la familia
del Señor vivían todavía los nietos de Judas, llamado hermano suyo según la carne, a los cuales delataron por ser de la familia de David. El evocato los condujo a presencia del césar Domiciano, porque éste, al igual que Herodes, temía la venida del Mesías (Historia Eclesiástica III,30,1).

Es un dato de importancia que todos los hermanos de Jesús llevaran nombres de los grandes patriarcas de Israel: Jacobo (Jacob), Judá, Simeón, José. Él mismo se llamaba como el sucesor de Moisés: Josué, y su madre tenía el nombre de la hermana del héroe del Éxodo: Miriam. Según se puede observar en las Escrituras, no fue común usar los nombres de los próceres bíblicos hasta la rebelión de los macabeos (175-163 a.C.). Por entonces, muchos judíos de Palestina -especialmente en las áreas rurales- habían reaccionado ante la persecución helenista siria con un resurgimiento del sentimiento religioso nacional. Es posible que desde entonces se hubiera hecho cada vez más común la costumbre de dar a los hijos los nombre de los grandes héroes del pasado. Esta costumbre debió afectar sensiblemente a los galileos, entre quienes el judaísmo tuvo que vivir durante siglos junto a una fuerte influencia pagana. Por eso es muy probable que el hecho de que toda la familia de Jesús tuviera nombres patriarcales indique su participación en ese renacimiento de la identidad nacional y religiosa judía.

Dentro de esta misma perspectiva, puede pensarse también en una cierta afinidad con el fariseísmo. De hecho, los primitivos
testimonios cristianos hacen pensar que el más conocido de los hermanos de Jesús haya sido fariseo, o por lo menos haya
gozado de la simpatía de ellos. En efecto, Pablo identificaría a los creyentes partidarios de la circuncisión como los del grupo
de Jacob (Gal 2:12), los mismos que en el libro de los Hechos son señalados como los de la secta de los fariseos que habían abrazado la fe (15:5). Son los mismos que le advertirán a Pablo que ellos no son pocos: miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la Ley (21:20).

También la noticia que Josefo proporcionó sobre su martirio estaría confirmando que Jacobo llegó a gozar de gran prestigio
entre los fariseos, ya que éstos reaccionaron contra los saduceos que le dieron muerte: "El sumo sacerdote Anás convocó a los jueces del sanedrín y trajo ante ellos al hermano de Jesús llamado Cristo -su nombre era Jacob- y a algunos otros. Los acusó de haber violado la ley y los entregó para que los lapidaran. Todos los habitantes de la ciudad que eran considerados como los más equitativos y estrictos cumplidores de las leyes se indignaron por ello y enviaron secretamente a pedir al rey que no dejara obrar de esta forma a Anás; en efecto, decían, no ha actuado correctamente en esta primera circunstancia. Algunos de ellos salieron incluso al encuentro del gobernador Albino que venía de Alejandría y le informaron de que Anás no tenía derecho a convocar el sanedrín sin su permiso. Convencido por estas palabras, Albino escribió enfadado a Anás amenazando con castigarle" (Antig. XX,200-203).

Las características generales de los fariseos cuadran perfectamente con la imagen de Jacobo que nos fue transmitida, y hasta con la del mismo Jesús. Los fariseos habían surgido de entre el laicado popular y eran el partido del pueblo. No eran por origen ni sacerdotes ni hombres ricos. Eran, más bien pequeños comerciantes, artesanos y campesinos que vivían de su trabajo. Los maestros de la Ley, en este sentido, no dejaban de insistir en la necesidad de aprender un trabajo manual: Quien no le enseñe a su hijo un oficio manual, le está enseñando a robar (Talmud de Babilonia, Quiddushim 30b). En la época de Jesús la mayoría de los doctores de la Ley ejercían una profesión. Por ejemplo, sabemos que en Corinto el fariseo Pablo conoció a un matrimonio judío y como era del mismo oficio, se quedó a vivir y a trabajar con ellos. El oficio de ellos era fabricar tiendas (Hech 18:3).

Los fariseos gozaban del favor popular: "Tenían conquistado crédito ante el pueblo y todas las cosas divinas, las oraciones y las ofrendas de sacrificios se cumplían según su interpretación. Las ciudades habían rendido homenaje a tantas virtudes, aplicándose a lo hay de más perfecto en ellos tanto en la práctica como en la doctrina" (Josefo, Antigüedades XVIII, 14). Según los evangelios la gente los saludaba en las plazas y llamaba respetuosamente Rabbí a los más instruidos de entre ellos (Mt 23,7). Ése habría sido también el trato recibido por Jesús: Nicodemo fue donde Jesús de noche y le dijo: "Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro" (Jn 3:2).

Si la imagen que nos presentan los evangelios es tan negativa, esto se debe a las controversias que surgieron más tarde entre los fariseos y los cristianos, prácticamente ya separados de la sinagoga. Sin embargo consta también en los evangelios cierta
relación de amistad de Jesús con algunos fariseos, ya que era invitado a comer en sus casas (Lc 7:36; 11:37; 14:1) o era
visitado por alguno de ellos, como en el caso de Nicodemo (Jn 3:1).

EL PADRE Y EL LINAJE DE JESÚS

En el pasaje de Marcos que mencionaba a la familia de Jesús en Nazaret no se decía nada acerca del padre. Allí Jesús era
presentado como el artesano, el hijo de María (6:3). Esto suscitó la pregunta de por qué los aldeanos se habrían referido a
Jesús como hijo de María (ben Miryam), siendo que la costumbre judía era llamar a los hijos por el nombre del padre. Los
intentos de respuesta han sido muy variados:

1- Podría tratarse de una afirmación implícita de la concepción virginal de Jesús. Sin embargo, la concepción virginal de Jesús
no es mencionada nunca por el evangelio de Marcos, que carece de un relato de su infancia y que no muestra la menor huella
de tal creencia. Los relatos sobre un nacimiento sobrenatural de Jesús aparecen recién en los evangelios de Mateo y Lucas, y
constituyen un desarrollo posterior a Marcos.

2- Podría tratarse de una insinuación de los aldeanos de Nazaret respecto a la filiación ilegítima de Jesús. Pero esta interpretación encuentra apoyo sólo en noticias tardías. Así, el pagano Celso se hacía eco (alrededor del año 178) de una
tradición judía sobre el nacimiento de Jesús: había salido de una aldea de Judea y nacido de una mujer del país, una pobre costurera... la madre de Jesús fue repudiada por el artesano que la había pedido en matrimonio, por haber sido convicta de adulterio y haber quedado embarazada por obra de un soldado llamado Panthera... echada por su marido, vagabundeando indecorosamente, dio a luz a Jesús en secreto; éste se vio obligado por la pobreza a ir a servir a Egipto, donde adquirió la experiencia de ciertos poderes mágicos de los que se ufanan los egipcios; volvió de allí, lleno de orgullo por esos poderes y, gracias a ellos, se proclamó Dios (cf. Orígenes, Contra Celso I,28.32).

Este relato de Celso manifiesta una clara dependencia respecto al evangelio de Mateo, donde también se habla de la angustia del artesano, de la huída a Egipto y de los magos. Por lo tanto, lo más probable es que el relato de Celso no fuera otra cosa que una parodia judía del relato cristiano de la concepción virginal: a través de un juego de palabras el Jesús hijo de la Virgen (gr. hyíos toy parthenos) habría sido transformado en hijo de Panthera (hebr. ben Panthera). Al respecto, el erudito judío J. Klausner afirma: En boca de los judíos y paganos que se oponían al cristianismo, las historias primitivas pasaron a ser motivos de ridículo: las nobles cualidades que los discípulos encontraban en Jesús eran interpretadas como defectos, y los milagros que se le atribuían, como prodigios horribles e indecentes (Jesús de Nazaret, p.19).

* La respuesta más sencilla y satisfactoria sobre el silencio respecto al padre de Jesús sería que éste ya no vivía cuando Jesús
visitó Nazaret como profeta. Los habitantes de la aldea simplemente hicieron referencia a los parientes de Jesús que aún vivían entre ellos, para recordar lo ordinario de su origen frente a todo lo extraordinario que él manifestaba en sus dichos y acciones: "¿De dónde le viene ésto? Y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos?
(Mc 6:2).

A pesar del silencio de Mc 6:3, Mateo y Lucas sí dejaron consignado el nombre del padre de Jesús: Su madre, María,
estaba desposada con José (Mt 1:18). Tenía Jesús, al comenzar, unos treinta años y era, según se creía, hijo de José (Lc 3:23).

De la versión que transmitió Mateo respecto a la visita a Nazaret se desprende que el oficio de su padre sería el mismo, y de él seguramente lo habría aprendido Jesús: ¿No es éste el hijo del artesano (tekton)? (13:55). Puesto que el oficio de tekton
abarcaba el trabajo de la madera y también de la piedra, tal vez José fuera uno de los tantos artesanos empleados en la
reconstrucción de Séforis, destruida en el 4 a.C.

La mención en los evangelios del artesano José y del artesano Jesús hacen recordar una historia narrada en el Talmud. Un
hombre había llegado a un pueblo buscando a alguien que pudiera resolverle un problema. Al preguntar si allí vivía algún rabbí, le respondieron que no. Entonces preguntó: Hay un artesano entre ustedes, el hijo de un artesano que pueda ofrecerme
una solución? (Abbodá Zará 3b). Esto parecería indicar que el artesano en un caserío como Nazaret era la persona mejor
calificada para las cuestiones relacionadas con la interpretación de la Ley. La posibilidad de que José y Jesús estuviesen
capacitados para ese tipo de consultas bien podría compaginarse bien con la caracterización de justos que recibieron tanto el
padre como uno de los hermanos de Jesús: José (Mt 1,19) y Jacob (cf. Antig. XX,200-203; Eusebio, Hist. Ecles.
II,23,4-5.9-10).

Los evangelios relatan una cierta proclamación mesiánica durante la última pascua de Jesús: La gente que iba delante y
detrás de él gritaba: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las
alturas!" Y al entrar él en Jerusalem, toda la ciudad se conmovió. "¿Quién es éste?" decían. Y la gente decía:
"Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea" (Mt 21:9-11). La pregunta denota el desconocimiento de la identidad
de Jesús por parte de los habitantes de Jerusalem, siendo sólo los acompañantes de Jesús quienes lo reconocen como heredero de David: Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, se
pusieron alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían visto (Lc 19:37). Aunque en el grupo de los
peregrinos algunos juzgaron como imprudente tal aclamación: Algunos de los fariseos, que estaban entre la gente, le
dijeron: "Maestro, reprende a tus discípulos" (Lc 19:39). Tal reconocimiento de los discípulos ¿está significando que la
familia de Jesús se atribuía la descendencia davídica o se trataba simplemente de un postulado mesiánico?

Parece bastante probable que el origen de Jesús fuera verdaderamente davídico. En efecto, Pablo se había encontrado en
Jerusalem con el hermano del Señor, cuando subió para conocer a Pedro (Gal 1:19). Por tanto, la afirmación tradicional de
que Jesús había nacido del linaje de David según la carne (Ro 1:3) Pablo habría podido confirmarla personalmente a
través de una fuente directa. Por otro lado, sería un poco absurdo que los parientes de Jesús hubieran afirmado una falsa
descendencia davídica, considerada por el emperador Domiciano como sospechosa de pretención mesiánica (cf. pág. 16).

Sin embargo, los adversarios de Jesús le objetaban que era imposible que él fuese el Mesías, puesto que, como ellos
insinuaban, en Jesús no se cumplían ninguna de las dos condiciones anunciadas por las profecías: "¿Acaso va a venir de
Galilea el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá de la descendencia de David y de Betlehem, el pueblo de donde era David? (Jn 7:41-42). Si afirmamos que Jesús nació verdaderamente en Betlehem, debemos admitir que este dato era ignorado por muchos de sus contemporáneos o que la familia lo negaba expresamente. A la vez, esta negación sería totalmente comprensible mientras reinaran otras dinastías en Israel y, sobre todo, durante la rebelión contra Roma: admitir
la pertenencia a un linaje real habría significado un grave peligro.

Por lo demás, aunque divergentes entre sí, la presentación de la genealogía de Jesús tanto en el evangelio de Mateo como en el de Lucas estaría mostrando una conciencia davídica en la familia de Jesús. A favor de esta afirmación encontramos el
testimonio de Julio el Africano en el siglo III: En realidad, unos pocos, cuidadosos, que tenían para sí registros privados
o que se acordaban de los nombres o los habían copiado, se gloriaban de tener a salvo la memoria de su nobleza.
Ocurrió que de éstos eran los que mencionamos antes, llamados despósynoi (del gr. despotes= jefe o señor) por causa
de su parentesco con la familia del Salvador y que, desde las aldeas judías de Nazaret y Kohaba, visitaron el resto
del país y explicaron la precedente genealogía (Eusebio, Hist. Ecles. I,7,14).

El hecho de que otros personajes no davídicos hayan sido proclamados mesías sin dificultad demuestra que la familia de Jesús no tenía necesidad de inventar su descendencia de David para justificar el mesianismo de Jesús. Rabbí Aquiba llegaría a
proclamar a Bar Kokhbá (= hijo de la Estrella; cf. Nm 24,17) como Mesías, sin que fuera del linaje de David, y como
Mesías éste fue seguido por una gran multitud en la rebelión contra Roma del año 132 d.C.

Resumiendo todo lo dicho hasta ahora: no sólo la convivencia con el Bautista, sino también todo el ambiente geográfico y
cultural galileo, la constitución de su familia y la creencia de que el Mesías debía proceder del linaje de David pudieron haber
influido en el entorno de Jesús y en la formación de su carisma.

Adam Smith, G; geografía histórica de la Tierra Santa, Valencia, 1985; Bagatti, B., The Church from the Circumcision. History and Archaelogy of the Judaeo-Christians, Jerusalem, 1984; Bornkamm, G., Jesús de Nazaret, Salamanca, 1996; Flavio Josefo. Un testigo judío de la Palestina del tiempo de los apóstoles, Estella, 1982; Jesús de Nazaret, Barcelona, 1991; Kutzmann, R.- Dubois, J-D; Schürer, E.-Vermes, G., Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús, Madrid, 1985; Theissen, G., Colorido local y contexto histórico en los evangelios, Salamanca, 1997.

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